Sí, las tripas son tus verdaderas compañeras de viaje. Las que estuvieron ahí, aquel verano en que tu pareja te quiso sorprender llevándote a saltar de un puente. Tus tripas, siempre fieles a ti, te alejaron de esa absoluta locura, manteniéndote amarrada a aquella butaca blanca de porcelana durante horas.
Puede, que esa fuese la razón por la que, en otra ocasión, con tu por aquel entonces marido, decidiesen hacer lo opuesto. Decidiesen que aquel paseo cruzando las nubes era demasiado calmado. Y te llevasen a pedir al amable instructor que avivase la travesía con un par de piruetas, de vueltas, de sensación de caída libre sobre el mar tinerfeño.
Visto así, en perspectiva, cabe decir, qué fortuna, que en ocasiones, seamos, sólo, pura y enteramente, tripas.